O Carballo da Audiencia

Eran tiempos convulsos y las facciones carlistas atemorizaban al vecindario con grandes correrías sobre ágiles caballos. Mientras la ciudad lucense levantaba un grueso reducto para asegurar su cerca, el general Miguel Gómez pasaba por Castro Verde siguiendo el camino real al frente de un convoy formado por cien carros de armamento y munición procedente de Oviedo, con las tropas liberales de Espartero pisándole los talones al día siguiente1.
Mi bisabuela Ramona contemplaba atónita como una cuadrilla de “fauciosos” galopaban a pelo por Leira de Gatos precipitándose en los barrancos que caen desde As Penas do Eirado, en tanto mis vecinos de Pena y de Bolaño —pertrechados con ape-ros de labranza— acorralaban en una emboscada a otra guerrilla carlista atrincherada en la imponente y recóndita Corredoira do Calvario, ahora sepultada con esa indolencia que nos caracteriza en el ejercicio activo de nuestra memoria colectiva.
El Carballo da Audiencia, con la Pena Encabalgada, las calzadas de Oviedo y de Castilla, el Castro de Recesende y su iglesia sencilla (recreación de Carlos Soengas).

El Carballo da Audiencia, con la Pena Encabalgada, las calzadas de Oviedo y de Castilla, el Castro de Recesende y su iglesia sencilla (recreación de Carlos Soengas).

Ha sido grande la repercusión y numerosos los comentarios suscitados con motivo del trágico suceso acontecido por aquella época en el antiguo coto de la jurisdicción de Castro Verde que cruza el viejo camino francés de Asturias, el cual tuvo como protagonista a una partida de soldados de la reina que patrulla-ban campo traviesa por la cima de aquel Outeiro de Recesende coronado por una necrópolis con sus lajas sepulcrales talladas sobre la roca que domina el Castro. Se cuenta que el paso de los militares por esta señorial casería llamada “de Teixeiro” despertó la lógica curiosidad de las mozas que la habitaban, algunas de las cuales se asomaron al corredor para contemplar la escena, en tanto otra de sus hermanas regre-saba con una sella de agua en la cabeza procedente de la inme-diata Fonte do Cano que mana a media ladera y que sonaba por sus propiedades curativas derivadas del hecho de verter sobre un pilón formado por uno de los sarcófagos de piedra que ro-dean la pequeña capilla inmediata a esta casa de gran abolengo, donde desde el siglo XVII reposan bajo una laureada lápida los restos mortales del patriarca local don Fernando Sanjurjo de Rubinos, el cual antes de morir había ofrecido dos misas canta-das en cada mes del año, contados desde 1637.
El caso es que aquella cuadrilla destacada en misión de reconocimiento por tierras de Recesende2, al parecer aprovechó la ocasión que se le brindaba para lanzar incisivos piropos a tan joviales y lozanas damas, con tan mala fortuna que la que regre-saba con el cántaro de la fuente se sintió profundamente agra-viada y ofendida por los picantes galanteos, cumplidos y lisonjas de estos atrevidos militares, motivo por el cual entró en casa llorando y presa del nerviosismo, hasta el punto de provocar la intervención del padre de las aludidas, un curtido patrucio de ideas muy conservadoras y actitudes dictatoriales, descendiente de los lugareños que en la Guerra de la Independencia habían protagonizado una famosa emboscada contra una columna de soldados franceses que pasaba sobre el viejo puente que enton-ces cruzaba el río Chamoso, suceso del cual transcendió que sus miembros fueron a parar a lo más profundo de la corriente. Como reliquia de aquellas revueltas había quedado por la casa de Teixeiro una vieja carabina de la que el furibundo padre de familia echó mano con la clara determinación de defender el honor de sus hijas, al tiempo que profería diversas maldiciones contra quienes habían manifestado una prepotencia tal que ofendía la nobleza consagrada en las armas del escudo que pre-sidía su ilustre morada.
Y se dice que aquel iracundo varón le ordenó a uno de sus cria-dos que se dispusiese a arrear inmediatamente dos caballos con el fin de salir en persecución de dicha patrulla militar y poder vengar así la ofensa recibida en el honor familiar. Ambos jinetes tomaron la calzada real salvando el puente de madera sobre el arroyo de Fontao y que la gente llamaba A Ponte Nova, única forma de abordar aquél que se decía “camino pantanoso en tiempo de invierno y muy peligroso”, logrando así alcanzar a los soldados cuando éstos se dirigían hacia el monte de A Lomba y abatir al militar que cerraba la columna, dándole muerte con un certero disparo de escopeta justo en el sitio donde confluyen el Camiño Ancho que comunica Castro Verde con las tierras herma-nas del Condado de Lemos y la vereda que sube a su encuentro desde San Miguel do Camiño, por donde los bandos contendien-tes se desviaran de la senda asturiana que va para Santiago. Sin más dilación, recuerdan los ancianos de estos parajes que los milicianos apresaron al colérico y prepotente asesino, y que la autoridad militar procesó inmediatamente al mismo, ordenándose la celebración de un juicio sumarísimo en el propio lugar de autos, para que sirviese de ejemplo al conjunto de la población y así mantener el orden y su prevalencia social.
El enjuiciamiento se efectuaría a la sombra de un gran roble varias veces centenario que era el abuelo de aquel tupido bosque que cubría esta montaña, de ahí que el mencionado árbol fuese conocido con el significativo nombre de Carballo da Audiencia, respondiendo al simbólico emplazamiento en que el reo permaneció atado al grueso tronco del árbol y donde posterior-mente se mandó grabar una cruz sobre la Pena Encabalgada que se erguía sobre esta antigua encrucijada, en recuerdo de la muerte de aquel soldado abatido en estos pintorescos parajes3.
Sobre este proceso se dictó una sentencia inmediata por el tribunal militar competente, siendo condenado el autor del delito y señor de la Casa de Recesende a cumplir un inusitado y extravagante castigo según el cual se le conmutaría la pena de muerte a cambio de que fuese capaz de desplazarse desde este Carballo da Audiencia a la villa de Madrid en un tiempo máximo de 24 horas y que como prueba de semejante prodigio el condenado debería llegar a tocar en ese plazo las argollas colgadas a tal efecto en la Puerta del Sol, única manera de verse libre de la prevista ejecución.
Y se dice que, ante la sorpresa de todos los presentes, allá se fue el reo hacia la Meseta pese a la evidente mala intención de la prueba a que era sometido, tomando el Camiño Ancho en las estribaciones de la sierra de Bidueiros con el hábil objetivo de alcanzar a toda prisa las sucesivas ventas y mesones llamados “da Cabra”, “de Caldeiro” y “dos Ramos”, por donde se cree que hizo trato con algún arriero o guía de carruajes que –conocedor de la solvencia económica de este viejo hidalgo de Recesende– lo condujo a toda prisa en dirección a la capital matritense, después de enlazar con la ruta de Castilla sobre el puente de cuatro arcos que atravesaba el río Chamoso a la altura de Gomeán, sin dar respiro a sus cabalgaduras, salvo las obligadas remudas de caba-llos que permitiesen realizar tal proeza con garantía de éxito, como al parecer así fue, contra todo pronóstico.
El acontecimiento tuvo un enorme eco social en toda la comarca y la gesta protagonizada por el señor de la casa grande de Teixeiro fue motivo de canto en los romances con que los ciegos amenizaban la concurrida feria quincenal de la villa condal de Castro Verde y que algunos años después describió magistral-mente otro ilustre inquilino de esa misma casa hidalga, don Mi-guel García y Teijeiro4, llegado desde su mansión paterna de Lois en Figueiras de Castropol para pasar los inviernos acogido al hogar materno de San Cibrao de Recesende, encaramado en el vistoso castro que descolla sobre el camino de Oviedo.
Aun así, en el imaginario colectivo de esta noble Tierra, quedó escrito que “Allá se fue y se libró, pero su propiedad sufrió gran merma por los gastos de la hazaña”, dando pie a la especulación de las mentes ociosas, siempre dispuestas a retorcidos pensamientos e interpretaciones, al dejar entrever la posibilidad de que en el sorprendente desenlace de este trágico suceso concurriesen circunstancias coadyuvantes de carácter financiero que aligerasen la pesada carga de tan precipitado viaje, o bien que acortasen drásticamente el tiempo y el espacio invertido en el mismo…

Parroquia de Recesende (Castro Verde), donde arranca esta legendaria historia, con sus casonas rendidas al río Chamoso, sus viejas calzadas orientadas al sol de la mañana, sus castros vigilantes y sarcófagos tallados en lo alto de las rocas (foto R. Polín

 

1 El motivo esencial de nuestro relato forma parte de la leyenda tomada de la tradición oral en la casa grande de Teixeiro de Recesende por el Rvdo. don Rogelio Reigosa Ferreiro (1899-1975) y plasmada en sus notas manuscritas.
2 Durante el trienio constitucional ejerció por la zona de Castro Verde un cuerpo de la milicia liberal comandado por el escribano de Verdu-cedo, don José Francisco Pillado Luaces Montenegro, alcalde en Monte Cubeiro por esos años. El 16 de febrero de 1823, la villa castrover-dense fue atacada por más de 300 carlistas de la partida de Burón que comandaba el Cura de Freixo y el procurador fonsagradino Ramón Abuín, siendo puestos en retirada por las tropas liberales.
3 Ya entrado el siglo XXI, el topónimo O Carballo continúa vigente en el lugar de autos, al tiempo que la ilustre farmacéutica castroverdense doña María Fernández Santiso, residente en la Casa Nova de la Rúa da Fonte, todavía recuerda agradables paseos por esta bucólica senda que subía en medio del bosque desde San Miguel do Camiño al denomi-nado Camiño Ancho y que igualmente era costumbre utilizar la expresión “Vamos al Carballo”, evocando con especial agrado la presencia en el lugar de la denominada Pena Encabalgada, formación rocosa de gran vistosidad, finalmente arrancada de su emplazamiento originario para servir a bastardos intereses en la industria de la construcción, en tanto el camino tradicional era sustituido a mediados de los años no-venta del siglo XX por una aberrante carretera de circunvalación a Castro Verde fruto de la especulación urbanística, actuaciones execra-bles que conllevaron un irreparable desastre cultural y ambiental.
4 Miguel García y Teijeiro (Lois – Figueiras, 1867), escritor e historia-dor, hijo del juez municipal de Castropol. En 1907 decide pasar los inviernos en la casa señorial que su madre posee en Recesende, publi-cando en 1918 un pionero y emblemático libro de historia local titu-lado Castroverde. Pequeñas jornadas por su distrito. Fallece soltero en 1936, luego de ocupar fugazmente la alcaldía de este ayuntamiento durante la Dictadura de Primo de Rivera, dejando numerosa obra rela-tiva no sólo a la ciudad lucense y su entorno, sino principalmente a la comarca que media entre los ríos Eo y Navia o el entorno de la ría de Ribadeo. La biblioteca pública de Figueiras (Castropol) lleva su nom-bre.

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